Darío Ramírez
05/05/2016 - 12:04 am
Conveniente agonía
Mi mal humor, señor Presidente, es porque jamás hemos tenido una verdadera libertad de prensa.
Mi mal humor, señor Presidente, es porque jamás hemos tenido una verdadera libertad de prensa. Desde tiempos lejanos, la presión política contra la prensa ha cultivado un periodismo en México que está severamente enfermo. No todo. Eso es cierto, pero una gran parte está enfermo hasta los huesos. La censura existe entre nosotros, nada más que nos hemos acostumbrado a ella.
Son dos elementos que mantienen agónico al periodismo en México. La primera es la impunidad en los ataques a los periodistas. Ataques -dígase de pase- que en su mayoría (4 de cada 6) provienen de algún servidor público. Aquellos que debería velar por la seguridad, existencia y seguridad de la prensa, se han convertido en perpetradores tenaces. Noventa y tres periodistas han sido asesinados desde el 2000 (año de nuestra alternancia democrática); y 20 periodistas han sido asesinados durante la presente administración peñista. Todos los casos gozan de una grosera impunidad que a su vez es el más la más nítida señal de aliento para que futuras agresiones provenientes de algún servidor público se consuman. Total nada pasa. Supongo que se entenderá el mal humor.
«Así es el periodismo en México, siempre ha sido así», me afirmó un veterano editor de periódico. Tal vez tenga razón. Tal vez el error no fue cambiar el DNA del periodismo en aquel eufórico año 2000. Lo cierto es que el control político de los medios de comunicación en México siempre ha estado presente. Siempre han crecido, la mayoría de ellos, a la sombra de un poder que no quiere medios independientes y críticos, como debería ser su naturaleza. Prefieren medios dóciles, fáciles y complacientes. La relación es perversa, enferma y desleal entre el poder político y los medios de comunicación.
El mismo confidente me dijo que desde Los Pinos le habían dicho que «no tenía más contratos de publicidad con el gobierno por todos los golpes periodísticos que le han dado a la administración». Es un secreto a voces. Pero nadie hace nada. El sistema de prensa-poder es -aparentemente- intocable. El viejo adagio del periodismo mexicano sigue estando vigente: «no pago para que me pegues». Controlar de manera discrecional el dinero público destinado a publicidad es la zanahoria y el garrote que usa el gobierno para comprar voluntades periodísticas o estrangular voces críticas e independientes.
El trabajar por la credibilidad periodística en México no es negocio. Trabajar por mantener contento al patrono del dinero, dígase el gobierno, es el negocio más rentable. No importa si haces bueno o malo periodismo, tus jugosos ingresos están garantizados. La labor social del periodismo se desdibuja ante los miles de millones de pesos que prometen ser repartidos entre los medios por el gobierno. Aquí es prudente hacer la aclaración que el mismo sistema de corrupción periodística se da en todos los órdenes de gobierno en donde hay una partida presupuestal destinada a publicidad. Porque así ha crecido desde sus orígenes el periodismo en México, a la sombra de la voluntad de los poderosos y alejados de la sociedad. Mientras que en Francia salieron millones a las calles para repudiar los homicidios de los periodistas de Charlie Hebdo, aquí en México, 93 homicidios no nos parecen suficientes para alzar la voz hasta que cambie la situación. La sociedad no valora el periodismo. Aunque obvia la respuesta vale la pena hacer la pregunta: ¿Por qué?
Las sumas de dinero público gastado en publicidad son obscenas para un país con tanta desigualdad, pobreza y graves problemas de acceso a la justicia y violación a derechos humanos. Recordemos que entre 2013 y 2014 Peña Nieto gastó más de 14 mil 663 millones de pesos en publicidad. Si el gasto total en publicidad oficial ejercido en el 2013 se compara con el primer año de los sexenios de Felipe Calderón (2007) y Vicente Fox (2001); la inversión de Peña Nieto es 35% y 104%, respectivamente, superior. Lo que quiere decir que no solo a nuestro presidente le gusta verse en los medios de comunicación, sino que la estrategia de control de las líneas editoriales pasa por ejercer un gasto faccioso y con tintes claramente editoriales.
Pero sería injusto culpar solamente a los dueños del dinero. La relación perversa precisa de dos actores para consumarla. Los empresarios mediáticos son la otra parte del problema. Su clara inclinación es por hacer negocio antes de periodismo. ¿Está mal hacer negocio si al final son empresas? No, bajo ningún concepto. El problema serio es cuando por hacer negocio se deja de hacer verdadero periodismo. Es ahí cuando la labor social que tiene el periodismo en la sociedad claudica ante el imperio del dinero. Es así como lo importante es no hacer enojar al subsecretario de normatividad de medios, Andrés Chao, quien trabaja como el garrotero que premia el periodismo servil y castiga el periodismo crítico.
La gran mayoría de los empresarios saben que sin el dinero público sus empresas mediáticas desaparecerían. Y no estoy tan preocupado de que así suceda. Me parece que la pregunta es qué se tiene que hacer para buscar modelos de negocios sostenibles basándose en su producto periodístico.
Si queremos sanar el periodismo en México el primer paso fundamental es quitarles a los gobiernos la facultad de gastar nuestro dinero en propaganda. El segundo paso sería crear criterios y políticas públicas de gasto del dinero en publicidad (no en propaganda). Los criterios y su aplicación no pueden ser ejecutados por la misma autoridad, es preciso la creación de un ente rector que vele por el periodismo y el derecho a la información de la sociedad. Muchos medios desaparecerán, eso es cierto. Ni modo. Pero muchos más sentirán ese olfato de libertad periodística en una competencia justa y equilibrada.
El periodismo en México está convenientemente fragmentado. La competencia comercial, las filias y fobias son el talón de Aquiles que mantiene dividido y sumiso al famoso «cuarto poder». Cada quién vela por sus intereses -principalmente comerciales- y el colectivo no vela por la razón de ser de todos ellos: el periodismo. La violencia contra la prensa es tan lacerante pero ni un motivo así ha podido unir al gremio para defenderse en colectivo. Lo que le pasa a uno no le incumbe al de a lado. El poder premia la división, sabe que en el momento que eso cambie el tablero cambiará. Mientras tanto, nuestro periodismo seguirá en terapia intensiva y la censura asentándose entre nosotros.
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